Filòsof i escriptor, Daniel Innerarity (Bilbao, 1959) potser és el pensador europeu que més ha postulat la rellevància d'assumir que el present no és fàcil ni patent i a més és al·lèrgic a la drecera política. Postula que els temps exigeixen assumir que els perfils de la realitat han d'enriquir-se amb un conveni de mirades i pactes. La pandèmia l'agafa amb llibre acabat de publicar, una teoria de la democràcia complexa. Governar al segle XXI (Galàxia Gutenberg) gairebé un manual del que és imminent. Pedro Vallín l'ha entrevistat a la vanguardia, i és molt interessant.
¿Una crisis de estas dimensiones puede afectar a largo plazo a las libertades como las conocemos en Occidente?
Deberíamos comenzar reconociendo que desconocemos cómo calificar y qué hacer en una crisis de estas características. Me da la impresión de que quienes menos van a aprender de esta crisis es quienes lo tienen todo claro. La humanidad se enfrenta en los últimos años a crisis que sobrepasan su conocimiento pero, sobre todo, donde se pone de manifiesto lo poco que sabemos en relación con catástrofes que son consecuencia de acciones concatenadas, interacciones fatales y debilidad institucional en el plano global, cuando ha tenido lugar un cambio de paradigma y seguimos bajo la rutina de las viejas recetas.
¿Considera que el balance seguridad/libertad está manejándose bien estos días en España?
Me parece que, siendo una cuestión importante, ese es un debate de otro tiempo, keynesiano, cuando el asunto acuciante hoy es de qué modo gestionamos inseguridades e incertidumbres que se generan en un mundo acelerado, volátil e interdependiente. No estamos ante un contagio sino en medio de una sociedad contagiosa, que es algo distinto, una sociedad de protecciones débiles. Estamos experimentando desde hace tiempo la parte más preocupante de la interdependencia general que caracteriza al mundo globalizado: encadenamientos, contaminación, turbulencias, toxicidad, inestabilidad, fragilidad compartida, afectación universal, superexposición. Interdependencia equivale a dependencia mutua, intemperie compartida. Vivimos en un mundo en el que, por decirlo con lenguaje leibniziano, “todo conspira”. No hay nada completamente aislado, ni existen ya “asuntos extranjeros”; todo se ha convertido en doméstico; los problemas de otros son ahora nuestros problemas, que ya no podemos divisar con indiferencia o esperando que se traduzcan necesariamente en provecho propio. Este es el contexto de nuestra peculiar vulnerabilidad. Las cosas que nos protegían (la distancia, la intervención del Estado, la previsión del futuro, los procedimientos clásicos de defensa...) se han debilitado por distintas razones y ahora apenas nos suministran una protección suficiente. Lo único que nos puede salvar hoy es el conocimiento compartido y la cooperación.
¿Cómo cree que afecta este tsunami vírico a la debilitada legitimidad institucional?
Una dimensión que gana importancia con la crisis es la lógica institucional. No es un momento de grandes líderes que se dirigen verticalmente a sus pueblos, sino de organización, protocolos y estrategias. Todo esto va de inteligencia colectiva, tanto en lo que se refiere a la respuesta médica como a la organizativa y política. Por supuesto que es muy importante la comunicación que realice un presidente, pero mucho más nuestra capacidad colectiva de gobernar las crisis, que incluye su previsión y gestión. Es verdad que en buena medida nos encontramos en una crisis inédita que era muy difícil de anticipar, pero también lo es que nos encuentra con un sistema político infradotado de capacidad estratégica, demasiado competitivo, volcado en el corto plazo, oportunista y con escasa disposición a aprender. Y el valor clave de las instituciones es la confianza: venimos de una crisis de confianza en las instituciones, que no hemos sido capaces hasta ahora de recuperar.
¿Resurge el Estado-Nación?
Creo que todo esto tiene muy poco que ver con un supuesto retorno del Estado-Nación. Lo que vuelve como exigencia imperiosa es lo público, lo común, en relación con lo cual la estatalidad fue una forma grandiosa de expresión. Hoy la redefinición de lo público en un mundo como el que tenemos requiere otra manera de entender el poder, diferente de la soberanía estatal, tanto por encima o dentro del Estado, así como por lo que se refiere a la relación entre el Estado y su sociedad. Desde el punto de vista de eso común vivimos en Estados fallidos. Se defiende mejor lo público y común en los espacios en los que se ensayan formas de soberanía compartida: en la Unión Europea (a pesar de todas sus indecisiones y retrocesos), allá donde la soberanía es sustituida por la cooperación, también cuando somos capaces de pensar fuera de la contraposición entre lo estatal y la sociedad, en las formas incipientes de gobernanza global, en las comunidades de expertos transnacionales, en la sociedad civil organizada que protesta globalmente… Debemos aprender una nueva gramática del poder en un mundo que está constituido más por bienes y males comunes que por intereses exclusivos. Estos intereses no han desaparecido, por supuesto, pero resultan indefendibles fuera del marco del juego común en el que todos estamos implicados. Mientras que el antiguo juego del poder promovía la protección de lo propio y la despreocupación por lo ajeno, la superexposición obliga a mutualizar los riesgos, a desarrollar procedimientos cooperativos, a compartir información y estrategias. Hay que profundizar en ese debate que apunta hacia la gobernanza global, el horizonte que la humanidad debe perseguir hoy con la mayor de sus energías. Suena duro pero no tiene nada que ver con el pesimismo: gobernar los riesgos globales es el gran imperativo de la humanidad si no queremos que la tesis del final de la historia se verifique, no ya como apoteosis de una placida victoria de la democracia liberal sino como el peor fracaso colectivo.
Sin embargo, en estas horas vemos pugnas competenciales.
La lógica institucional requiere lealtad y confianza (entre niveles territoriales y entre gobierno y oposición), recursos de los que estamos muy escasos. No los hay porque todos los agentes políticos piensan que esto es una gran oportunidad para obtener algo que no se habría conseguido si no fuera gracias a una gran catástrofe: la recentralización, la alternancia de gobierno… En el subconsciente de este sistema político está la idea de que la vida institucional ordinaria no cambia nada, que beneficia al statu quo, a quien gobierna, y que todas las alternancias se deben a catástrofes bien aprovechadas: los atentados de Atocha, la crisis económica, quién sabe si este virus… Es una señal clara de nuestra debilidad institucional.
¿Cree que es adecuado el instrumento del Estado de Alarma?
Creo que nadie ha puesto en duda la necesidad de coordinarse para afrontar la crisis, pero sin perder demasiado tiempo en ello es lógico (y democrático) que la forma concreta de hacerlo pueda ser discutida. Una cosa es tener la competencia y otra tener la capacidad de resolver una situación de tal magnitud. La posibilidad de decretar un estado de alarma y unificar el mando no equivale a tener el poder efectivo; en sociedades complejas, con toda la necesidad de coordinación y liderazgo que se pueda requerir, el poder es una capacidad distribuida. Donde los problemas tienen que ver con una diversidad de factores, las soluciones también deben ser cooperativas. Esto no se resuelve sin liderazgos reconocidos, pero tampoco sin una gigantesca movilización social, del personal sanitario, de la ciencia, de los micro-comportamientos individuales...
Un pensador molt interessant.
ResponEliminaAmb JÚLIA
ResponEliminaSalut
Debemos aprender, tenemos que conocer, es necesario, entramos en nuevas circunstancias, los equilibrios de poder y sociales se han modificado, etc, etc, etc... Se llenan paginas todos los dias con textos de este tipo más o menos coherentes, más o menos bien redactados, pero en pocos o ningun caso veo soluciones factibles, basicamente se dedican a "marear la perdiz" que es lo que hacen los filósofos, y es necesario para otros menesteres, no lo dudo, pero si un barco hace agua por chocar con un arrefice, necesita soluciones o alternativas, más que circunloquios sobre porque los arrecifes son altos o bajos. Creo yo, no se.
ResponEliminaUn saludo
Pero este filósofo es diferente Daniel, és lúcido, aspecto poco común. Además, cuando esto acabe tardaremos cuatro días en volver a cometer los mismos vicios y errores de siempre.
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