Estimada Roberta Sparrow:

He llegit el seu llibre i necessito preguntar-li tantes coses, encara que tinc por del que pugui dir-me. Sí, tinc por que em digui que aquesta no és una obra de ficció. Només puc esperar que les respostes vinguin a mi en somnis. Confio que quan el món acabi pugui respirar alleujat, perquè hi haurà moltes altres coses amb les que il·lusionar-se.

Donnie Darko.



Roberta Sparrow 'abuela muerte', (iaia mort), autora del llibre 'The Philosophy of Time Travel', no és una escriptora real, pertany al guió d'una interessant pel·lícula Donnie Darko.

Capítol primer: l'Univers Tangent 

L'Univers Primari està carregat de gran perill. Guerres, plagues, escassetat i desastres naturals són comuns. La mort ve a tots nosaltres. La Quarta Dimensió del temps és una construcció estable, la qual no és impenetrable. Els incidents quan el teixit de la Quarta Dimensió arriba a ser corromput són increïblement rars. Si té lloc un Univers Tangent, serà altament inestable, mantenint-se per no més d'unes setmanes. Finalment col·lapsarà ell mateix, formant un forat negre amb l'Univers Primari capaç de destruir tota existència. (fragment de 'The Philosophy of Time Travel'.

No és la primera vegada que el cinema o la literatura s'inventa uns escriptors inexistents que acaben passant per reals per a molta gent. Aquí us en deixo uns quants que he trobat aquí....

El Necronomicón

De haber existido, el Necronomicón sería el best-seller de los libros jamás escritos. Encuadernado en piel humana y escrito con sangre, el Necronomicón era un supuesto códice ocultista para invocar a los primordiales, entidades demoníacas del ser humano. El ficticio autor de tan macabra obra era Abdul Alhazred, un árabe del siglo XII, que enloqueció tras pasar cuatro años vagando por unas cuevas subterráneas, donde se supone que había descubierto la existencia de los primordiales. La primera persona que mencionó el Necronomicón fue el escritor Howard Philip Lovecraft en su relato "El sabueso", publicado en 1922. 

5. Juegos borgianos

 Ya sea como ejercicio creativo, o para tomarle el pelo a sus contemporáneos, el inventarse libros que nunca han existido es un juego culto que practican muchos escritores, y que crece gracias a la rumorología. Así, se lleva años hablando del manuscrito de la novela que el mexicano Juan Rulfo supuestamente escribió después de "Pedro Páramo", y autores como Umberto Eco han usado con frecuencia en sus obras los libros imaginarios, como las inexistentes obras del ficticio Adeonato Lampustri en "El péndulo de Foucault". Pero en el arte de inventarse libros inexistentes nadie le gana la partida a Jorge Luis Borges. 

Como ya se dijo, en su juventud el autor argentino creyó en la existencia del Necronomicón; pues bien, con los años se tomó cumplida revancha al crear un género que algunos expertos han bautizado como literatura virtual, con libros como "Examen de la obra de Herbert Quain", y "Pierre Menard, autor del Quijote", en las que el escritor analiza las obras inexistentes de unos autores a su vez inexistentes. ¿Se puede rizar el rizo? Sí, y lo hizo el propio Borges, recurriendo al testimonio cómplice de otro autor que se prestó al juego, Bioy Casares. 

 Entre ambos se inventaron a un escritor, H. Bustos Domecq, y se tomaron la libertad de escribirle varios libros. ¿El resultado? Los lectores creyeron en la existencia de dicho autor y se acercaron a las librerías en busca de más obras de Bustos Domecq. Borges había llevado el arte de crear libros imaginarios a su máxima expresión.

4. El catálogo del conde Fortsas

  En 1840 comenzó a circular por las librerías de Bélgica y Francia un catálogo formado por cincuenta y dos incunables literarios, que incluía obras atribuidas a Cicerón. Aquel tesoro (el sueño de todo coleccionista) provenía de la biblioteca del conde J. N. A Fortsas, e iba a subastarse el 10 de agosto en el despacho del notario de Binche, una pequeña y apacible localidad belga. 

  Llegó el día, y un buen número de libreros y coleccionistas de toda índole se dieron cita en Binche. Pero cuál no sería su sorpresa al descubrir que en el pueblo no vivía notario alguno, y que nadie había oído hablar de una subasta. 

Todo había sido una broma pesada organizada por el comandante Renier-Hubert Ghislai Chalon, un militar retirado, aficionado a tomarle el pelo a todo el mundo, y cuya imaginación había alumbrado todos los títulos, y el contenido de los libros, del ficticio catálogo.

3. Las estancias de dzyan

¿A alguien le gustaría leer un libro escrito en Venus? Que no lo busque en ninguna librería ni biblioteca, porque no lo encontrar·, ya que se trata de otra de las grandes imposturas de la historia de la Literatura.  "Las estancias de Dzyan" es, supuestamente, un texto escrito y encriptado por seres interestelares, un compendio de conocimientos cuya revelación, se dice, destruiría los pilares de nuestra civilización. 

Semejante libro fue una invención de Emile Boit Bailley un poeta francés de finales del XVII aficionado al ocultismo. Al igual que siglos después hizo Lovecraft, Bailley se inventó este libro para dar veracidad a sus ficciones; más aún: introdujo la posibilidad de que bajo la cordillera del Himalaya existiera una cripta subterránea donde un grupo de maestros de la sabiduría custodiaban una biblioteca repleta de libros prohibidos. 

Un relato de ciencia ficción en cuya veracidad creyó mucha gente. Pero la persona que más hizo por la causa de dar veracidad a este libro imaginario es Helena Petrovna Blavatsky (1831-1891), personaje muy popular en la Europa de finales del XIX gracias a sus presuntos poderes mentales. 

  Madame Blavatsky actuaba en circos y teatros, y conseguía llenos absolutos merced a números tan espectaculares como incendiar objetos con la mirada y hacer levitar a una persona con sólo levantar la mano. Según ella, sus poderes eran auténticos, y los había adquirido en la India estudiando "Las estancias de Dzyan". Madame Blavatsky explotó aquella historia hasta la náusea, asegurando que su vida estaba amenazada por personajes poderosos que pretendían arrebatarle su libro. 

  El destino le echó una mano en su impostura, ya que, en 1870, naufragó en Suez el barco en que ella viajaba, y la vidente aseguró que el accidente había sido provocado. Y en 1871, mientras actuaba en Londres, sufrió un atentado: un hombre le disparó con una pistola. Ella salió ilesa, pero el agresor aseguró que había actuado como un autómata, impelido por una fuerza telepática. 

  Meses después, un amigo de la vidente, el coronel Henry Coll, declaró que había sido un montaje de Madame Blavatsky para darse publicidad. La psíquica falleció en París, en 1891. Sus seguidores buscaron entre sus pertenencias algún rastro del mítico libro, pero no lo encontraron. ¿Tal vez porque nunca existió?


2. La biblioteca de Sherlock Holmes

Una de las bibliotecas imaginarias más famosas está en Londres, en el 221 B de Baker Street, donde residía Sherlock Holmes, el detective de ficción creado por Arthur Conan Doyle. 
Holmes (según los relatos de Doyle) empleaba su tiempo libre en tocar el violín, en dormitar bajo los efectos de la morfina, y en escribir tratados en los que compilaba su sabiduría. 

Entre las obras supuestamente escritas por el detective figuran títulos como El arte de las pesquisas, Sobre las diferencias entre las cenizas de diversos tabacos, La utilidad de los perros en el trabajo del detective y Acerca de la escritura críptica. Ninguno de estos libros existe, pero, de haber sido reales, hoy serían clásicos de la criminología.


 3. La estafa de Ana Frank - La falsificación de la historia

   El denominado "Diario de Ana Frank" es el punto más sensible de lo que constituye una auténtica industria del victimismo, que gira en torno a la triste realidad del holocausto que padecieron multitud de personas de todas las etnias, religiones y nacionalidades. El contraste de la imagen inocente e infantil de la protagonista, frente a sus intrínsecamente perversos captores, ha convertido a esta obra no sólo en un "best-seller" mundial (con innumerables ediciones, traducciones, teatralizaciones y adaptaciones cinematográficas), sino además en otro muro de los lamentos, donde todo análisis documentado sobre las dimensiones reales del “holocausto” es respondida con una bien estudiada campaña de histeria y sensiblería, cuando no con leyes que pretenden establecer una verdad incontestable sobre lo sucedido y silenciar a los disidentes. 

   El historiador británico David Irving, el ex profesor de la Universidad de Lyon (Francia) Robert Faurisson, y el estudioso austriaco nacionalizado sueco, Ditlieb Felderer, han demostrado públicamente hasta el cansancio la falsedad de los pretendidos manuscritos que se atribuyen a una niña judía llamada Ana Frank, fallecida por una epidemia de tifus en 1945 en el campo de Bergen Belsen. 

Según se dice, el comerciante judío Otto Frank de la ciudad de Frankfurt (Alemania), huyó junto a su familia en 1933 a la ciudad holandesa de Amsterdam, debido a la llegada de Hitler al poder. Cuando durante la II Guerra Mundial los alemanes ocupan Holanda, los Frank deciden refugiarse en un escondite para salvarse de la persecución nazi.

   Conocemos la verdad gracias al pleito en que se enzarzaron el conocido escritor judío norteamericano Meyer Levin y Otto Frank el padre de Anne Frank. El juicio transcurrió entre 1956 y 1958 ante el County Court House de la ciudad de Nueva York, obteniendo el demandante Meyer Levin un fallo a su favor que condenaba a Otto Frank a abonarle una indemnización de 50.000 dólares de la época por “fraude, violación de contrato y uso ilícito de ideas”.

  El pleito, que se arregló privadamente después de la sentencia por obvio mutuo interés, versaba sobre la “dramatización escenográfica” y venta del “Diario”. El juez, también de origen judío, era Samuel L. Coleman, quien dictó sentencia en el sentido de que Otto Frank debía pagar a Meyer Levin “por su trabajo en el diario de Anne Frank” (BOCHACA, J.: “El mito de Anne Frank”. Revista Cedade. Págs. 18 a 20.).

Para cualquier interesado, todo lo referente al caso Levin-Frank, el mismo está archivado en la Oficina del Condado de Nueva York (N. Y. County Clerk’s Office) con el número 2241-1956 y también en el New York Supplement II, Serie 170, y 5 II Serie 181 (BOCHACA, J.: “El mito de Anne Frank”. Revista Cedade. Págs. 18 a 20.). Así pues, la sentencia del juez — y juez judío — en el sentido de que el autor del Diario es Meyer Levin y no la niña, existe.