"Querido Brodsky: Hace un rato, solo y en la noche muy lejana del barcelonés barrio del Coyote, donde vivo, he regresado por una vía impensada a esos últimos días del pasado siglo, de los que probablemente nunca salí. Y he vuelto a Chile, a Valparaíso, a aquel fin de milenio en la terraza inagotable del Brighton, ya sabes: donde la pólvora. He vuelto a aquella madrugada en la que hablamos hasta el amanecer del amigo común al que tanto admirábamos: Roberto Bolaño. Hacía solo cuatro años que había publicado Estrella distante, un puntal imprescindible de su obra, pero de lo que en gran parte hablamos aquella madrugada fue solo de una incógnita: nos preguntábamos si sus poemas, sus novelas, sus cuentos no surgían de vivir en un espacio que no era el suyo y que percibíamos duro, a pesar de los días gloriosos en los que el amigo se había sumergido.
Madrugada eterna del Brighton. Solo hablamos de Estrella distante al final. Y no sé quién de nosotros se empeñó en evocar, a modo de letanía que lo puntuaba todo, Impromptu de Ohio, de Beckett, donde dos individuos, frente a frente, se repetían de una forma obsesiva: “Queda poco por decir”. No veo mejor forma que esta carta breve y urgente para ampliarte información sobre la misteriosa cita de Faulkner que se halla al frente de Estrella distante. Te imagino sorprendido. ¿Cómo suponer que en uno de nuestros tantos “últimos atardeceres en la tierra” acabaría teniendo yo algo más que decir sobre la cita? Pero así es. Incluso cabe la posibilidad de que podamos dejar de parecer unos seres resignados a pulsar siempre unas mismas notas sobre Valparaíso y nuestra amistad cuando en realidad somos instrumentos de muchas cuerdas.
Verás, todo empezó por algo aparentemente trivial oído en un fin de año reciente, en Palma de Mallorca, hace dos veranos. Todo se puso en marcha cuando a un amigo, en medio del estrépito de la pólvora isleña, se le ocurrió decir que le había llamado la atención en mi recién aparecida novela, Mac y su contratiempo, que la única cita que el narrador daba por verdadera fuera la que Roberto Bolaño, en su epígrafe de Estrella distante, había atribuido a William Faulkner: “¿Qué estrella cae sin que nadie la mire?”. La cita, dijo el amigo, encajaba en aquella fiesta de fin de año, y hasta abría el juego para una pregunta desmesurada: ¿Podían existir personas que celebraran, por ejemplo, miles de fines de milenio sin que nadie las mirara? Por mucho que quisiera evitarlo, su pregunta sonó tan rara que hicimos bien en volver a lo que nos ocupaba: en Mac y su contratiempo el narrador decía que nadie había sabido localizar aquella frase en la obra de Faulkner, y acababa concluyendo que la cita podría ser inventada, aunque todo indicaba que era de Faulkner, porque Bolaño no solía inventarlas, y menos aún si eran para un epígrafe. Y recordé que un crítico español, Javier Avilés, comentando aquel enigma, había dicho que, analizada y bien rastreada toda la narrativa de Faulkner y algunos de sus ensayos y alocuciones, la única referencia a las estrellas aparecía en La paga de los soldados, su primera novela: “Y las estrellas eran unicornios dorados pastando en silencio sobre praderas azules a las que horadaban con sus cascos agudos y centelleantes como el hielo”. Por tanto, decía Avilés, irremediablemente la frase de aquel epígrafe de Bolaño sólo podía encontrarse en algún poema de Faulkner.
Y no se equivocó. El otro día, Margaret Jull Costa, que estaba traduciendo Mac y su contratiempo al inglés, me escribió un correo para decirme que con Sophie Hughes, que le ayudaba en su trabajo, habían encontrado la cita en The Marble Faun and A Green Bough, de Faulkner: “what star is there that falls, with none to watch it?”. Podemos modificar la frase de tu novela, sugería Margaret, y traducirla así: “As far as I know, no one has yet been able to locate this line in Faulkner’s work…” (“Hasta donde yo sé, nadie ha sido capaz de localizar esta línea en la obra de Faulkner…”). De ese modo, venía a decir Margaret, el error recaería sobre mi narrador, por saber menos que ellas y que yo sobre ese verso de Faulkner.
Evidentemente, querido Brodsky, queda por averiguar en qué traducción española de The Marble Faun and A Green Bough encontró Bolaño la cita. Tras arduas indagaciones, me inclino por creer que pudo encontrar el verso en una edición bilingüe de 1997, Si yo amaneciera otra vez: doce poemas de Faulkner, pertenecientes a A Green Bough, traducidos por Javier Marías, acompañados de un recorrido por el Mississippi de la mano de Rodríguez Rivero. Se da la circunstancia de que Margaret Jull Costa es la traductora de gran parte de la obra de Marías al inglés, por lo que quizás ahí se cierre un círculo, aunque sin duda para que se abran otros.
Sin ir más lejos, hace un momento y por pura casualidad, me he cruzado con unos conocidos versos de John Donne entre los que se encontraba este: “¿Quién quita sus ojos del cometa cuando estalla?”. Juraría que Faulkner dialogó con ese poema de Donne cuando escribió el verso que luego Bolaño citaría para abrir su deslumbrante Estrella distante.
Dicho queda –directo hacia Nueva York, donde los Brodsky– y que por muchos milenios quede algo más por decir.