Reprenent el tema dels lectors sensibles, he trobat quest article de Dante Augusto Palma, a Disidentia, que transcric al qual, sense traduïr-lo. Explica molt bé aquest moviment, com va surgir i en que s'ha acabat transformant.


"La irrupción de las fake news impulsó lo que suele llamarse “Fact checkers”, esto es, la aparición de “verificadores de hechos”, individuos que, sea como parte de una ONG o como empleados de grandes conglomerados mediáticos tradicionales y/o de alguna de las empresas gigantes de Silicon Valley, se dedican a chequear la información y, eventualmente, “corregirla”. Es verdad que antes se trataba del trabajo que realizaban unos sujetos a los que se denominaba “periodistas” pero los tiempos cambian. Si los Fact checkers son los “Dueños de los hechos”, el último lustro, tan atravesado por la corrección política, está dando lugar a los “Dueños de la ficción”, esto es, los denominados “Sensitivity readers”. Estos “lectores de sensibilidad” o “lectores sensibles”, si se permite una traducción más amigable aunque igualmente ambigua, se dedican a corregir los textos de los autores antes de que sean publicados. Una vez más, alguien dirá que antes se los llamaba “editores” y/o “correctores”. Y es verdad. Pero estos lectores sensibles son editores con una función específica. Si buscamos una definición, un “lector sensible” es aquel que lee un texto en busca de contenido ofensivo, representaciones equivocadas, estereotipos, sesgos, falta de comprensión, etc. Sin embargo, no cualquiera puede aplicar a este tipo de trabajo. La exigencia excluyente es que pertenezca a alguna minoría que eventualmente pudiera ser ofendida.

La Universidad de Alberta, por ejemplo, que se presenta en su sitio web como una institución académica de prestigio que se encuentra dentro de las mejores 150 universidades del mundo, tiene un apartado dedicado a definir qué es un “Sensitivity reader” y cuáles son los requerimientos para que podamos convertirnos en uno de ellos si nos interesara realizar relatos vinculados a pueblos originarios. Es que, como indica la propia universidad, existe una regla que indica que “No puedes escribir sobre pueblos originarios sin [ser o tener algún vínculo con] pueblos originarios”. A continuación, la universidad aclara que el lector sensible no tiene respuesta para todo sino que solo puede hablar de su propia experiencia pero sin representar a su nación/cultura en totalidad. También advierte a los autores que su trabajo puede ser rechazado por el lector sensible y se dedica un párrafo entero a la promoción de éstos. Allí se indica que esta figura de los lectores sensibles es relativamente nueva en la industria editorial y que, por lo tanto, los aspirantes deben justificar su labor; además, se agrega que no se debe perpetuar la idea de que sea un trabajo voluntario y ad honorem. Es más, la página oficial de la universidad indica la tarifa promedio de los contratos que firman los lectores sensibles, la cual va desde los USS 0.005 hasta los 0,01 centavos de dólar por palabra, lo cual hace que un libro de tamaño medio (unas 60000 palabras) suponga un pago de entre 300 y 600 dólares.

A propósito de esto, en un artículo publicado en The Spectator, el 10 de julio de 2021, la escritora Zoe Dubno se introduce en la discusión al interior del mundo editorial para indicar que no se trata solo de corrección política sino también de bajar costos y reducir riesgos. Efectivamente, como el lector sensible solo puede editar aquello vinculado a “su identidad” o “su experiencia”, suele ser contratado como freelance de manera precarizada. Asimismo, con una paga baja como la que se indicaba anteriormente, las editoriales y los autores que editan sus propios libros también buscan cubrirse de las eventuales repercusiones negativas y/o cancelaciones que pudiera tener el libro una vez que llega al gran público. La justificación funcionaría más o menos así: “mi texto no puede ofender a nadie porque fue leído por lectores sensibles que lo aprobaron”.

Pero la lógica del mercado también funciona entre los aspirantes a lector sensible. De hecho Dubno menciona el modo en que, en redes como Linkedin, los aspirantes construyen sus “Currículum de Otredad” donde situaciones traumáticas o preferencias “exóticas” son “acreditadas” y se encuentran al mismo nivel. Según la autora, si se toma el caso de la plataforma que nuclea editores llamada “Salt and Sage”, se podrán ver casos donde se mezclan pertenencias étnico-culturales, como ser “afro-brasileño”, con experiencias traumáticas como haber padecido algún tipo de abuso o haber sido internado en un hospital mental. Pero hay más: el mismo perfil incluye preferencias “fuera de lo común”, a saber: productor de queso artesanal, amante de la equitación, usuario de juegos online y fan de la música pop coreana.

Sin embargo, también hay quienes defienden la existencia de los lectores sensibles. Por ejemplo en The Guardian, la escritora transgénero Juno Dawson, en un artículo publicado el 8 de marzo de 2022, afirma que los lectores sensibles han llegado para quedarse y denuncia que su existencia obedece a la poca diversidad que hay entre los editores tradicionales. Dawson admite que en su ficción ha construido distintos personajes, desde una modelo hasta la hija de la sangrienta reina María de Inglaterra, pero que al momento de escribir sobre un personaje que ha padecido alguna opresión, necesitó la ayuda de un “lector sensible”.

Llegados a este punto cabe preguntarse si esta lógica llevará a distintos tipos de literatura, una con personajes no oprimidos capaces de ser abordados por cualquiera, y otra de personajes oprimidos escrita por quienes de alguna u otra manera hayan vivenciado o pasen al menos por el control de sensibilidad de quien sí lo haya hecho. Asimismo, subyace una pregunta más incómoda todavía: ¿desde cuándo la literatura o el arte en general tiene como objetivo no ofender? De hecho podría hacerse una lista inmensa de expresiones artísticas que han pasado a la posteridad justamente por haber ofendido e incomodado a alguien.

En un artículo publicado el 18 de febrero en el sitio Unherd, la escritora Kate Clanchy cuenta las enormes peripecias por las que tuvo que pasar para reeditar un libro para chicos gracias a los lectores sensibles. Se le pidió que no diga que la homosexualidad ha sido un tema tabú en Nepal bajo el pretexto de que la homofobia proviene del colonialismo; que no afirme que los taliban son terroristas y que elimine en general cualquier alusión al terrorismo por ser un tema demasiado controvertido; que no se comprometa con la afirmación de que a la universidad van más hijos de la clase media y alta que hijos de la clase trabajadora, y que elimine la referencia a que un vestido largo y ajustado dificulta el movimiento. Fueron tantas las “sugerencias” de los lectores sensibles que decidió cambiar de editorial y no respetar ninguna de ellas. Según Clanchy, se está imponiendo la idea de que la literatura tiene que representar lo que el mundo debe ser y no lo que el mundo es. Por ello, si un personaje es racista, misógino, homofóbico, etc. debe ser reemplazado. El mundo está lleno de racistas, misóginos y homofóbicos de los cuales las personas, con buen tino, en general, se alejan, pero la literatura ha adoptado la función de contarle al mundo qué está bien y qué está mal. Al menos la literatura que desea ser publicada, claro. De hecho, Clanchy cita a un editor que indicó: «Ahora entiendo que debo utilizar mi posición privilegiada de clase media blanca con más conciencia para promover la diversidad, la equidad, la inclusión, ya que toda el mundo editorial del Reino Unido se esfuerza por corregir décadas de desigualdad estructural».

Llegados a este punto, además de la discusión general sobre el sentido del arte, resulta una incógnita qué será del Teatro. ¿Desaparecerá la ficción teatral como tal para dar lugar a una representación documental de testigos y protagonistas reales? La misma duda podría extenderse a buena parte de los géneros literarios: ¿habrá lugar para la novela policial o solo podrá ser desarrollada por asesinos, detectives y víctimas? ¿Las aterradoras novelas de asesinos seriales quedarán restringidas a ser escritas por ellos mismos? La literatura infantil perdurará porque todos fuimos chicos pero podría imponerse que fuera escrita por niños porque nuestros recuerdos como adultos pueden haber tergiversado nuestras experiencias de la niñez. Asimismo, algunos contenidos específicos de novelas para adultos directamente desaparecerían por cuestiones fácticas, por ejemplo, cuando se trate de una novela en la que el protagonista en primera persona acabara suicidándose. Por razones obvias, es de suponer que la novela nunca acabaría o lo que es peor, ni siquiera podría comenzar.

Lo curioso es que esta lógica volverá como un boomerang sobre aquellos que presuntamente se busca proteger. Una persona transgénero que se dedicara a escribir o a la actuación solo podría representar papeles de transgénero; lo mismo podría suceder con un discapacitado, un indígena, etc. algo que suele ir en contra de los deseos de estas mismas personas. De hecho, en general, lo que ellos mismos intentan es evitar el encasillamiento como si por poseer determinada identidad no pudieran representar algo distinto de lo que son.

Asistimos así a “políticas del Otro” que hablan de diversidad y diferencia pero que han transformado a la otredad en una abstracción que tiene sus propietarios y que se presenta como una entidad esencial, monolítica e inexpugnable que se caracteriza por tener experiencias irreproducibles por cualquiera que no pertenezca a la identidad correspondiente. El resto, los “No otros” somos aquellos que por no formar parte de una identidad de padecimiento, tenemos la posibilidad de tener experiencias intercambiables, entre ellas, poder leer a alguien que ha tenido otras experiencias, poder ser y poder ponerse en el lugar de otro aun cuando nunca se pueda comprender del todo lo que el otro ha padecido.

Es de suponer que en la mayoría de los casos hay muy buenas intenciones detrás del fenómeno cultural que deriva, entre otras cosas, en la existencia de lectores sensibles, pero poder ser lo que no se es o al menos poder intentarlo es una de las experiencias más enriquecedoras. Se trata de abrir y no de cerrar. Más puentes. Menos candados". - Disidentia.com